Hace poco más de 100
años, un desfile histórico de carros alegóricos con representaciones de las
tropas de los indios aztecas, el emperador Moctezuma, Hernán Cortés, los indios
tlaxcaltecas, Agustín de Iturbide, Vicente Guerrero y el Ejército Trigarante,
abría el desfile que conmemoraba el centenario de la independencia de México.
Doña Carmen
Romero Rubio ofrecía la recepción oficial en los salones de Palacio Nacional.
Hay fuegos artificiales para los asistentes, como seguramente los habrá ahora.
En la cena en
Palacio Nacional del centenario en 1910, el chef Sylvain Daumont, cocinero
personal de Porfirio Díaz, se había esmerado en preparar el extraordinario menú
para 10,000 personas, servidos por un ejército de meseros, y cuya etiqueta
exigía ser presentados al comensal en estricto francés: melón helado con
champaña, para continuar con salmón asado del Rhin con salsa de mariscos,
langostinos, berenjenas al vino del Rhin, duraznos Florida, chocolates, pastelillos
y tartaletas de postre.
El contraste de
las fastuosas fiestas de la independencia, contrastó hasta en diferencias
gastronómicas: El gobierno de Porfirio Díaz dio tamales, atole, caldo, arroz,
mole de guajolote, enchiladas, barbacoa y frijoles para la gente del pueblo en
los festejos.
Entonces en 1910,
el XXIV Congreso celebró, como el LXII en la actualidad, una sesión solemne
para esta magna ocasión.
Es probable que Pedro
García haya escrito uno de los mejores relatos sobre el grito en Dolores,
Guanujato, en su libro “Con el cura Hidalgo en la guerra de Independencia”, quien
afirma que el padre Hidalgo dijo: "Mis
amigos y compatriotas: no existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos.
Esta gabela vergonzosa, que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado
hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre; terrible mancha que
sabremos lavar con nuestros esfuerzos. Llegó el momento de nuestra
emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran
valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos. Pocas
horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se
precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. De suerte que sin
patria ni libertad estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera
felicidad. Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis, y comenzar por algo ha
sido necesario. La causa es santa y Dios la protegerá. Los negocios se
atropellan y no tendré, por lo mismo, la satisfacción de hablar más tiempo ante
vosotros. ¡Viva pues la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América, por la cual
vamos a combatir!”. Así se levantaba un pueblo oprimido.
En 1910, los
marinos franceses, alemanes, argentinos y brasileños toman parte en el desfile
militar; además, María Conesa “la gatita
blanca”, -artista de la época-, entona el Himno Nacional. Se inaugura el
monumento a la Independencia en Paseo de la Reforma y posteriormente, el
Hemiciclo a Juárez; unos días después, se inaugura nuestra Máxima Casa de
Estudios: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Para los festejos
del centenario de la independencia en 1910, el trabajo ideológico de la
comisión encargada de los festejos del centenario, -formada en abril de 1907-,
fue debida en gran parte a Justo Sierra y Vicente Riva Palacio en el ámbito de
su intelectualidad: la historia nacional el primero y sobre las lecciones de
civismo el segundo. El objeto de los festejos de 1910 fue centrado en la
elaboración de obra pública.
Este sería un
fantástico ejemplo y momento, para retomar la historia nacional y el civismo,
en los libros de texto gratuito.
También en 1910,
el enviado español, Camilo García, -Marqués de Polavieja- hace entrega del
uniforme con que fue capturado José María Morelos por el coronel realista
Manuel de la Concha. Porfirio Díaz, profundamente emocionado -casi con lágrimas en los ojos-, señaló:
"Yo no pensé que mi buena fortuna me
reservara este día memorable, en que mis manos de viejo soldado son ungidas con
el contacto del uniforme que cubrió el pecho de un valiente, que sintió
palpitar el corazón de un héroe y prestó íntimo abrigo a un altísimo espíritu,
que peleó contra los españoles, no porque fuesen españoles, sino porque eran
los opositores de sus ideales”.
Según los
funcionarios de la Secretaría de Hacienda a cargo del porfirista José Yves
Limantour, el costo de la centenaria celebración ascendió a 1.5 millones de
pesos (mdp), que para entonces era una real fortuna. En 2010, los festejos del
bicentenario costaron unos 3,000 mdp; claro, otra verdadera fortuna.
Las diferencias
sociales alimentabal el movimiento revolucionario, que comenzó en noviembre de
ese año: Se formó un Comité de Damas presidido por doña Carmen Romero de Díaz,
para hacer un donativo de 5,000 trajes de color caqui, sombreros y zapatos,
-entre otras cosas-, para que todos los mendigos o niños de la calle no dieran
“mal aspecto” ante los invitados extranjeros, a propuesta del diario más
influyente del país, “El Imparcial”.
En una
contradicción entre la herencia indígena y la exaltación de su pasado por las
festividades, era mal vista la vestimenta de los grupos indígenas, consistente
en calzones de manta y huaraches, -salvo a quienes participaron en los desfiles
oficiales. Poco tiempo antes, el gobierno de Díaz “repartió” gratuitamente 5
mil pantalones entre los indios de la ciudad.
En el campo de
las artes, Gerardo Murillo, -el Dr. Atl-, participó de manera destacada en los
festejos del Centenario. Durante las celebraciones dirigió a jóvenes promesas
artistas mexicanos: Roberto Montenegro y Diego Rivera, entre otros, quienes
desde entonces destacaron y sorprendieron con su arte renovador.
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