Citas memorables de la historia de México

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sábado, 12 de diciembre de 2009

No tienen la culpa


Con un extrañamiento al Ejecutivo Federal por no haber atendido los llamados de la Cámara Alta, a enviar con el tiempo necesario el nombramiento de Agustín Carstens como gobernador del Banco de México, el Senado procesó la solicitud para ser ratificado en el cargo. 

Con un perfil mediano, Agustín Carstens es considerado un economista ortodoxo de la escuela de los Chicago Boys, de amplia experiencia en el sector público y con conocimientos en política monetaria y financiera, sólida formación económica, experiencia en hacienda y cabildeo de reformas fiscales por implementar en el 2010.

Pero además, al frente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) que deja Carstens, es enviado Ernesto Cordero Arroyo, quien se desempeñaba como Secretario de Desarrollo Social (SEDESOL), y quien desacreditó los dichos de Joseph Stiglitz, sobre el proceder del gobierno mexicano para afrontar la crisis. 

Por último, Heriberto Félix Guerra es nombrado Secretario de SEDESOL, casado con Lorena Clouthier, hija de Manuel J. Clouthier, ex candidato a la Presidencia de la República por el Partido Acción Nacional (PAN) e ideólogo de ese partido, y quien el presidente de su partido, César Nava, afirmó que no descarta a Heriberto Félix como candidato a la Presidencia de la República en el 2012. 

Las críticas hacia el presidente Felipe Calderón por estos nombramientos, se han vertido en el sentido de amiguismo en puestos clave, y no en personas con capacidad probada, aunque no gocen de la amistad presidencial. No tienen la culpa de ser amigos del presidente. 

Cuando Antonio López de Santa Anna se ganó el repudio del pueblo, decretando impuestos por poseer perros, por las puertas y ventanas de las casas, entre otras disposiciones absurdas, en 1855 se vio obligado a renunciar, producto del Plan de Ayutla, con Juan N. Álvarez al frente. 

Para lograr la revolución de Ayutla, su hijo Diego Álvarez, reclutaba indios para formar tropas en Texca, -hoy Acapulco en Guerrero-. Un indio pidió su alta para combatir a Santa Anna: Benito Juárez. Al llegar al puesto de reclutamiento y preguntársele su nombre, se limitó a decir “… Sabiendo que aquí se pelea por la libertad, he venido a ver en qué puedo ser útil…”. A Juárez se le dotó de un calzón de manta y un cotón, un cobertor de cama y un par de botas. 

En el campamento de rebeldes de Ayutla desconocían que Juárez, para entonces, era abogado y había sido diputado, juez y gobernador de Oaxaca. 

Cierto día, llegó una correspondencia dirigida al licenciado Benito Juárez. Diego Álvarez, al darse cuenta del personaje que se encontraba entre sus filas, le pidió disculpas por haberlo tratado con indiferencia, diciéndole “… Usted es uno de los políticos más brillantes y le hemos dado vestimenta de indio…”, Juárez, con sentido del humor, le respondió: “…será que lo parezco, ¿o no?...”, y en un acto de humildad prosiguió: “…a la Patria lo mismo se le sirve de gobernador que de estafeta…”. Diego Álvarez lo nombró su secretario. 

Con el tiempo, Benito Juárez y Juan Álvarez, se hicieron compadres. Juan Álvarez fue presidente de la República por un periodo fugaz pero brillante, lográndose allegar de una serie de colaboradores excepcionales: Ignacio Comonfort en el Ministerio de Guerra, Melchor Ocampo en Relaciones Exteriores, Guillermo Prieto en Hacienda y Benito Juárez en Justicia. Con un respaldo así, en los escasos 38 días que gobernó tomó dos medidas trascendentales que cambiarían el destino de México: la promulgación de la Ley Juárez y la convocatoria al Congreso que elaboraría la Constitución de 1857. 

Al ser proclamada la Ley Juárez, que abolía el fuero militar y eclesiástico en el mandato de Álvarez, los comentarios en las mansiones de los ricos, -proclives a la causa conservadora-, espantados, comentaban: “…no tiene la culpa el indio, -en referencia al Ministro Juárez-, sino el pinto (Juan Álvarez), su compadre…”. 

Juárez, como Ministro de Justicia, recibía las protestas del Arzobispado en México y de los Obispados de Guadalajara, Michoacán y San Luis Potosí. Argumentaban los purpurados que sólo se acatarían las leyes dictadas por el Santo Padre, o sea, las que la tradición reconocía como el Poder Divino, al que estaba sujeto todo el Poder Civil. 

En alguna cita, Juárez escribía: “…los amigos virtuosos son para los buenos gobernantes, los mejores instrumentos de su poder…”. Por eso, Carstens, Cordero y Félix, no tienen la culpa.