viernes, 24 de octubre de 2008
El Debate
sábado, 18 de octubre de 2008
Mal, mal
viernes, 10 de octubre de 2008
Galardonados
El martes pasado, el pleno de la Cámara de Senadores confirió la medalla de honor “Belisario Domínguez” al comunicador Miguel Ángel Granados Chapa, quien por su trayectoria de opinión y aportación ideológica, ha servido y redunda en beneficio del desarrollo democrático y sociológico del país.
Por su parte, en sesión solemne de la Cámara Baja, fue condecorado con la medalla al mérito cívico “Eduardo Neri, Legisladores de 1913”, el académico Miguel León Portilla, quien, entre otros, es autor de “Visión de los Vencidos”, obra que recopila los más famosos escritos indígenas de la conquista y que ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, polaco, sueco, húngaro, serbo-croata, hebreo, japonés, catalán y portugués, por decimo tercera edición, y que además, fue condecorado en 1995 con la misma presea que ahora Granados Chapa, en ese entonces, bajo la presidencia en el senado del jalisciense Eugenio Ruíz Orozco.
Los nombres y obra de Miguel Ángel Granados, así como de Miguel León, han pasado a la posteridad de la República, como servidores de nuestra patria; como en sus tiempos otros célebres personajes fueron homenajeados.
Estos otros gloriosos personajes a los que me refiero, ahora son integrantes de un lugar -sin temor a equivocarme- único en el país, en el que conviven desde independentistas y realistas, imperialistas y republicanos, liberales y conservadores, y hasta masones y clérigos. Todos ellos defendieron su noble y gloriosa causa y ahora, hasta parece que vuelven a reunirse para contarse sus mejores anécdotas de tiempos de gloria, volviendo a despertar pasiones y reproches entre ellos mismos.
Me refiero al Museo Panteón de San Fernando, primer cementerio de hombres ilustres de México, en cuyo exterior, un lábaro patrio señala el santo sanctorum de todos aquellos que entre 1832 y 1871 ofrendaron su vida en aras de la ahora República, y que puede catalogarse entre los más famosos a nivel internacional, de manera similar a los cementerios de Arlington, en Washington; la Abadía de Westminster, en Londres, o Montparnasse -donde se hayan los restos de Porfirio Díaz- y Pére Lachaise ambos en París.
Ahí, en el Mausoleo donde se encuentra el presidente Benito Juárez y su amada Margarita, puede contemplarse a la madre patria cómo llora la pérdida de su hijo, e imaginarse los reproches que le hace el general Miguel Miramón, por haber ordenado su fusilamiento en el cerro de las Campanas; o con un poco de suerte, figurar las discusiones entre Francisco Zarco, vestido con una corbata roja como todo buen liberal, junto con Tomás Mejía, a la usanza de cualquier conservador con corbata verde.
Con suerte, Carlos María de Bustamante -como historiador- podría hacernos imaginar junto con Francisco González Bocanegra, el espíritu escondido de la letra del Himno Nacional, y explicarnos cómo es que se determinó, en 1943, eliminar la estrofa que hablaba de Iturbide, cuyos restos desde 1838, fueron trasladados con gran pompa al lugar donde fue coronado en la catedral de México, donde reposan en una urna cubierta por la bandera que él creó.
Cada 5 de diciembre, el pueblo celebraba -con sarcasmo- “la fiesta de la pata”, al referirse a la pierna izquierda amputada en combate a Antonio López de Santa Anna, extremidad que mereció ser sepultada con funerales de Estado, pero que se encuentra en otro lugar.
Los restos de muchos de ellos han sido trasladados a otros lugares, como los del Gral. Vicente Guerrero, quien fue presidente y organizador del partido yorkino, que agrupaba a los masones que no eran escoceses, y que ahora reposan en la Columna de la Independencia; así como los del Gral. Ignacio Zaragoza, trasladados a Puebla, pero sus sepulcros, quedan en este lugar verdaderamente sorprendente, y que se yergue como el panteón de la República.
Como fantástico, pero a la vez inverosímil, fue que Maximilano de Austria haya sido el que en 1865, develara la primera estatua en el país del Siervo de la Nación, José María Morelos y Pavón, condenado por la santa inquisición por haber violado el celibato al tener 3 hijos ilegítimos, uno de ellos: Juan Nepomuceno Almonte, militar de carrera y quien, paradójicamente, formó parte de la Junta de Notables que ofreció la corona mexicana a Maximiliano en Europa y encargado de recibirlo en Veracruz.
Honor a quien honor merece.
viernes, 3 de octubre de 2008
Lealtad, sobre todo
El 23 de septiembre pasado, comparecieron los secretarios de Gobernación y de Seguridad Pública, Juan Camilo Mouriño y Genaro García respectivamente, junto con el Procurador General de la República, Eduardo Medina Mora, ante el pleno en Cámara de Diputados y, el 25 de septiembre, ante las comisiones de Seguridad Pública, Justicia y Derechos Humanos del Senado, en el primer ejercicio del formato del informe presidencial, ahora modificado.
En Cámara de Diputados, la legisladora de Convergencia, Layda Sansores San Román, fue la encargada de preguntarle a Genaro García “…En el caso de la subdirectora de Robos y Secuestros, Lorena González Hernández -acusada del secuestro del joven Martí-, me queda hoy claro, usted no encubrió al subsecretario; el subsecretario lo encubrió a usted y por eso es que no lo corre. …”, para continuar y terminar con “… ¿Es inepto usted o es corrupto? se la dejo optativa. Calderón y ustedes no combaten el crimen, lo administran. …”. Mientras desde el presídium, los servidores públicos, con miradas altivas y hasta un tanto de soberbia, miraban a su cuestionadora.
Al reciente escándalo de Lorena González, se suma ahora, lo señalado en la revista Reporte Índigo, en el que informa que el actual Coordinador General de Inteligencia para la Prevención del Delito de la P.F.P., Luis Cárdenas Palomino, fue acusado en 1987 de triple homicidio calificado, al declarar haber sido cómplice. ¿En manos de quién está nuestra seguridad?
Para 1862, en la primera etapa de la intervención francesa, Maximilano de Habsburgo como emperador en México, decidió alejar del país a los generales conservadores Miguel Miramón y Leonardo Márquez por sus abusos. Ordenó que el sanguinario general Miramón, el mismo que había asesinado en Tacubaya a los liberales heridos y a los médicos que los habían curado, fuera enviado a Alemania a estudiar ciencias militares; mientras que Márquez se fuera de embajador plenipotenciario ante el Sultanato de Constantinopla.
Las noticias iban y venían en los periódicos liberales de la época: “El Monitor Republicano”, “El Siglo Diez y Nueve”, entre otros, y en uno, publicado por Vicente Riva Palacio, nieto del insurgente Vicente Guerrero, se defendía a la República y se ridiculizaba -con sátira política- a los personajes del imperio. Su nombre: “El Pito Real”, nombre de una canción de los chinacos liberales, y del cual, el pueblo generalizó la palabra pitorrearse.
Antes de la batalla del 5 de mayo de ese mismo año, el general republicano Miguel Negrete se dirigió a los 1,500 indios de la sierra norte de Puebla que comandaba, diciéndoles: “… Muchachos, nos vamos a batir con los que se dicen los primeros soldados del mundo, pero ustedes deben de demostrar que nosotros somos los primeros por el derecho que tenemos de nuestro suelo…”, mientras que el general Ignacio Zaragoza, Jefe del Ejército Republicano de Oriente, llamaba a sus soldados con “… Hoy vais a pelear por un objeto sagrado, vais a pelear por la patria y yo os prometo que en la siguiente jornada conquistaréis un día de gloria. Vuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra patria. ¡Soldados!, leo en vuestras frentes la victoria y la fe. ¡Viva la patria!...”. Leales a la República, ganamos.
Mientras tanto, la tropa que enfrentaría a los llamados franchutes -franceses- en Puebla, se encontraba con la moral en alto, y en sus ratos de esparcimiento, entonaban canciones como “Rayando El Sol” con su ¡Qué chulos ojos/ los que tiene esa mujer; además, “La Nueva Paloma”, en cuyas estrofas se cantaba ¡Ay!, Benito que sí/ ¡Ay! Que dame tu amor/ ¡Ay! que vente conmigo Benito/ A donde impero yo. Por su parte, el presidente Benito Juárez llamaba al pueblo a la lealtad “… Que el enemigo nos venza y nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no debemos legalizar ese atentado, entregándole voluntariamente lo que nos exige con la fuerza. (…) Dejemos siquiera vivo el derecho para que las generaciones que nos sucedan lo recobren. …”. Recordemos que luego de la guerra con Estados Unidos en 1847, en la que perdimos más de la mitad del territorio, el pueblo mexicano adquirió experiencia y junto con el oprobio, aunado al odio con que lo recordaba, construyó un sentimiento de nacionalismo.
Ahora, la ciudadanía lanza a los cuerpos de seguridad pública del país, el siguiente llamado a la lealtad: “… Soldados de la República: recordad que la misión del ejército es defender las instituciones y no la de ser el sostén inconsciente de la tiranía; por tal motivo, escoged: o bien seguiréis sosteniendo (…) una era de luto, de dolor y de ignominia, o bien (…) labraremos la felicidad de la patria, y por el camino de la Constitución, de la libertad y de la justicia, la llevaremos a ocupar el alto puesto que merece entre las naciones civilizadas. …” Se trata de la proclama al ejército libertador, dado por Francisco I. Madero, el 5 de octubre de 1910 en San Luis Potosí.