La crisis que
arrojó la muerte de 6 jóvenes y la desaparición de 43 estudiantes de la escuela
rural normal de Ayotzinapa en Guerrero, trae consigo consecuencias de corto y
largo alcance e impacto.
En el campo
político, mostró la corrupción y la colusión de servidores públicos locales y
municipales, así como en el partido político y su dirigencia, que postuló al
presidente municipal de Iguala en Guerrero, José Luis Abarca y quien contaba presuntamente
con la participación de su esposa.
Los servidores
públicos en quienes se presumen una militancia, o por lo menos simpatía con el
partido gobernante en la entidad, debieron haber conocido de las ilegales
actividades en que figuraba Abarca y su esposa, por tanto, los hace
corresponsables.
Además, es muy
posible que la colusión de servidores públicos haya hecho posible que la
autoridad conferida a ellos, violara el bien jurídico tutelado del derecho a la
seguridad, a la vida, a la integridad, a sus derechos humanos, entre algunos
más.
Pone en tela de
juicio las relaciones de poder político, al interior y entre los partidos
políticos, con fines de protección e impunidad.
Justo ahora que
se encuentra el tema la elección del nuevo presidente de la Comisión Nacional
de Derechos Humanos, es el momento idóneo para reflexionar sobre el pobre,
tibio y decadente papel que ha tenido la administración de Raúl Plascencia al
frente de la oficina del ombudsman nacional.
Dentro de todo el
análisis que realicen los especialistas de la materia, es prudente incorporar
la valoración que pueda tener su desempeño, como un elemento a considerar en su
probable corresponsabilidad en el estado de indefensión en materia de derechos
humanos en que se encuentra la ciudadanía.
El desempeño en
casos como los migrantes, el menor fallecido por la aplicación de la Ley Bala
en San Bernardino Chalchihuapan, Puebla; los civiles muertos por elementos del
ejército en Tlatlaya, Estado de México y los muertos y desaparecidos de Ayotzinapa,
han colocado a México en el banquillo de los acusados a nivel internacional,
cuyo órgano autónomo mexicano de protección de derechos humanos, ha sido inútil
y rebasado por los temas.
La crisis no
concluyó con la licencia de Ángel Aguirre y el nombramiento de Rogelio Ortega
Martínez, como gobernador interino, ya que éste último está denunciado en la
Procuraduría General de la República (PGR), como enlace de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) en México, cuya organización realia
secuestros de larga duración a personajes de la vida política de Colombia, como
Ingrid Betancourt, quien duró secuestrada 6 largos años, y cuyo modus operandi
es el que probablemente pueda tener retenido a los 43 jóvenes desaparecidos de
Ayotzinapa. No sólo esto, sino que la llegada de Ortega Martínez al poder pueda
generar un frente de crisis, primeramente ideológico, con otras organizaciones
subversivas con asiento en Guerrero, que más adelante escale al terreno de
violencia.
En el campo
social, la ciudadanía muy seguramente conoció por vox populi la podredumbre en
la que se revolcaba su clase política. Es muy probable que por miedo no
denunciara ante la autoridad local o federal, pero se comprueba que poco o nada
podría haber servido una denuncia ciudadana anónima, cuando era de su
conocimiento y aun así, se permitió seguir en el cargo.
La crisis genera
protestas que son capitalizadas por grupos anarquistas, quienes encuentran en
la impunidad, el motivo para cometer actos vandálicos y destrozos.
En el campo de la
seguridad, los sistemas de inteligencia de los cuerpos de seguridad local y
federal debieron conocer en tiempo y forma, las actividades en las que
participaban las autoridades de Iguala en complicidad con la delincuencia,
mostrando con esto, un desinterés en la actividad de inteligencia y hasta una
desarticulación en las corporaciones, y cuyo trabajo informativo, en poco o
nada previno hechos de esta naturaleza.
Para subsanar
esta deficiencia y buscar el paradero de los estudiantes desaparecidos, hay
toda una división de unos diez mil hombres que buscan por cielo y tierra a los
jóvenes.
Pudiera ser que
dentro de esta transformación, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional
(CISEN), haya decidido de inmediato tomar manos a la obra y recomendar al
Gobierno de Jalisco la remoción del director de seguridad pública del municipio
de Zapopan, Hernán Guízar Maldonado, cuando este personaje nunca debió ser
nombrado como tal, ya que de ser reportero de la fuente fue habilitado e
investido con mando policial por el Fiscal de Jalisco, Luis Carlos Nájera
Gutiérrez, sin que Guizar tuviera conocimiento en técnicas y tácticas
policiales y en quien recayó una recomendación en la Comisión de Derechos
Humanos de Jalisco dirigida a su exjefe Nájera Gutiérrez, por la muerte de un
detenido. Cabría la duda si la remoción es porque el CISEN descubriría la
comisión de algún delito, del fuero común o federal.