Citas memorables de la historia de México

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martes, 5 de agosto de 2008

La pena de muerte y las paradojas

Se abre el debate en la agenda pública acerca de la pena de muerte, luego de que el diputado Emilio Gamboa Patrón, coordinador del grupo parlamentario del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la Cámara Baja, así sentenció a quienes secuestraron y dieron muerte al menor Fernando Martí, después de haber sido privado de su libertad hace más de dos meses y encontrándose su cuerpo el viernes pasado, aún cuando sus padres pagaron un rescate de 6 millones de dólares y el ofrecimiento por otros 2 más, por su liberación.

Además como paradoja, en días pasados se escribió la historia de José Ernesto Medellín, el mexicano sentenciado a muerte en Texas, por la violación y asesinato en 1994, de dos menores de 14 y 16 años, respectivamente, pese a que por gestiones del gobierno mexicano, la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) ordenó detener el proceso hasta analizar si hubo irregularidades en su detención.

No hay iniciativa, pero de presentarse, no sería la primera vez que se instaura la pena de muerte en nuestro país. En vista de tanto bandolerismo y frecuentes asaltos, el gobernador de Jalisco Joaquín Angulo, expidió en 1848, la llamada Ley Tigre, que condenaba a muerte a ladrones y asesinos. Todavía más: ordenó que los cadáveres de los ejecutados, según esa ley, fueran expuestos al público con este letrero: "Así castiga la ley al ladrón y al asesino".

Quizás, la más conocida de las ejecuciones en México, haya sido la de Maximiliano de Habsburgo, cuando México vivió la Segunda Intervención Francesa, de 1864 a 1867, en la que el Presidente Benito Juárez dispuso que la defensa mexicana se dividiera en cuatro grandes cuerpos militares: el del Norte, encabezado por Mariano Escobedo; el del Centro, al mando del general Vicente Riva Palacio; el de Oriente, a cargo del general Porfirio Díaz; y el de Occidente, con Ramón Corona a la vanguardia, para defender Guadalajara, cuando la mañana del 6 de enero de 1864, el pueblo tapatío vio entrar por la calle de Pedro Moreno, al invencible y temido ejército francés de Napoleón III.

Las tropas mexicanas replegaron y vencieron en Querétaro a las fuerzas encabezadas por Maximiliano y sus conservadores. La historia oficial dice que el depuesto emperador fue ejecutado en el cerro de las campanas en Querétaro, junto con los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía, quienes proclamaban su patriotismo al pelear por la causa de los conservadores. A su fusilamiento, Juárez publicó un edicto que decía “…El archiduque Fernando Maximiliano José de Austria, fue hecho justo por las armas el 19 de junio de 1867…”.

Seguido a la ejecución, el cuerpo embalsamado fue enviado a Austria. Cuenta la historia que Maximiliano tenía ojos celestes, pero al ser embalsamado el cadáver, sus ojos fueron retirados y en su lugar se colocaron de cristal. Cuando el ataúd fue abierto, su madre según se dice exclamó: "¡Este no es mi hijo!".

Mientras tanto, en México y en el contexto del triunfo de las armas mexicanas, el Presidente Juárez pronunció el 15 de julio de 1867, un manifiesto de 2 cuartillas, que en su parte medular señalaba: “…Que el pueblo y gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz…”.

Según las hipótesis, Maximiliano habría sido perdonado, en secreto, al ser parte de la hermandad masónica como lo era Juárez, con la condición de vivir fuera de México.

En 1871 apareció en la República de El Salvador, un caballero de nombre Justo Armas, conocido en San Salvador, su capital, por ser una persona de maneras elegantes europeas, hablaba un alemán educado y fluido, entre otros idiomas, y aparentaba poseer un extenso conocimiento de la sociedad de la clase alta Europea y asuntos de la corte, especialmente la de Austria. Para mantenerse, estableció un servicio de banquetes para reuniones sociales de alto nivel.

Este hombre se caracterizó por su buen vestir aunque siempre andaba descalzo, para cumplir una promesa a la Virgen del Carmen, por haberlo ayudado a salir de un momento de peligro de muerte, y juró, no revelar su identidad jamás. Esta teoría implica una improbable, pero no imposible, longevidad para don Justo, quien hubiese tenido 104 años a su muerte en 1936, siempre y cuando el señor Armas haya sido en realidad, el que fue hecho justo por las armas: Maximiliano, nacido en 1832. El secreto sigue vigente.

Desde luego, tan lamentable el caso del niño Martí como el del sentenciado a muerte en Texas. Hay familias que sufren, pero más existe una sociedad dolida por la impotencia de ver que sus autoridades, carecen de congruencia en defender lo indefendible y en postular lo impostulable, por ahora.

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