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sábado, 15 de mayo de 2010

Impotencia ciudadana


En un acto presumiblemente autoritario, el Servicio de Administración Tributaria (SAT) se negó -por el momento- a proporcionar los datos de las empresas y personas beneficiadas con la cancelación de créditos fiscales, bajo el argumento de que la Constitución y el Código Fiscal de la Federación protegen la reserva de sus datos personales.

El argumento que esgrime, es que, mientras se resuelve de fondo el amparo interpuesto contra la resolución del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI) que obliga a divulgarlos, no es posible otorgar esa información, calculada en más de 559,000 nombres de personas físicas y morales con la cancelación de créditos fiscales por un monto alrededor de 73,900 millones de pesos dejados de cobrar en el ejercicio 2007 y que equivale a dos veces el presupuesto del Poder Judicial de la Federación,  2 veces el de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, al presupuesto de SAGARPA, de SEDESOL, por citar algunos ejemplos.

Es inocente pensar que el SAT desea esperar hasta que se resuelva el fondo del amparo interpuesto, cuando ha señalado algunas de las razones para cancelar dichos créditos -como cartera irrecuperable-, en los casos de muerte del deudor o su desaparición, quiebra de la persona moral, entre otros semejantes.

A veces el ciudadano es impotente ante las decisiones del poder, como la denuncia que hizo el exgobernador de Morelos, Jorge Carrillo Olea, ante la cancelación de su cuenta bancaria en Banamex en marzo pasado, sin más razón que la sospecha no documentada de realizar algún tipo de actividad irregular.

Siempre hubo personajes que en vez de mirar la impotencia que causaba las decisiones del poder, tomaron manos a la obra: Leona Vicario, -la primera mujer periodista de México-, quien con recursos propios, suministraba de provisiones de boca y guerra al ejército insurgente, trató de convencer a los mejores armeros vizcaínos de que se unieran a la guerra de independencia, distribuía la correspondencia rebelde, recibía en su casa a los jefes insurgentes, ayudaba a las familias de los apresados y fue miembro de la sociedad secreta de Los Guadalupes, protectora de los rebeldes.

Mariano Salazar, un arriero, delató a Leona Vicario ante la perversa Inquisición: El 13 de marzo de 1813 era interrogada por el sacerdote Matías Monte Agudo, quien dice de Leona Vicario, que “No tembló ni un ápice ante mi presencia ante mis amenazas de prisiones, castigos, de excomuniones... ¡Y me sostenía la mirada!”.

Fue rescatada de su cautiverio haciéndose pasar por una negra y entre su vestido escondió una pequeña imprenta, uniéndose al ejército de Morelos en compañía de su esposo, Andrés Quintana Roo, pero vivió entre penurias: su criada, María de Soto Mayor, señala que “Perseguía la niña Leona para limpiarle los mocos y lavarle la cara, a Juanito Nepomuceno, el hijo del señor Morelos”.

Cuando su principal medio de expresión era la escritura, se comunicaba mediante el periódico El Ilustrador Americano, tomando los nombres de sus personajes literarios favoritos para aplicarlos a los insurgentes.

Al término de la guerra, el Congreso en 1822, le restituyó parte de sus bienes consagrados a la lucha. A su muerte, el presidente Santa Anna formó una comisión para escuchar opiniones para declararla como “Dulcísima Madre de la Patria” y sepultarla con funerales de Estado.

En las comparecencias de la comisión, nunca antes se había visto llorar a un Benemérito de la Patria, pero su esposo, entonces ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) Andrés Quintana Roo, demostró que los héroes también son humanos: “¡Le he dado todo a mi patria! ¡Todo! ¡La vida misma  le daría! ¡Pero no la de Leona!”.

En las deliberaciones de los vocales, uno de los escribanos de la comisión -el bachiller de apellido Lerdo de Tejada- interfirió en el regaño presidencial de Santa Anna a sus integrantes, para señalar que por su cuenta se había adelantado en la elaboración del dictamen.

Santa Anna felicitó al jóven bachiller Lerdo de Tejada y lo conminó a participar en política, pero él se negó y lo firmó por escrito. 30 años más tarde la vida le cambió al bachiller de nombre Sebastián, al ser Presidente de la República.
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3 Comentarios:

Unknown dijo...

Como siempre, MUY interesantes tus columnas. Esta vez me tocó ver la cita del texto de la excomulgación de Hidalgo... que cosa tan tremenda!!!
Gracias por compartir.
Saludos,
Carolina

Mario A. dijo...

Felicitaciones por la información, como siempre clara y concisa, invita a pensar en la verdadera historia y de paso parangona como los obesos jerarcas de la mas podrida institución creada por el hombre, la iglesia, nunca revelaba las atrocidades que cometían los desviados sacerdotes y mejor los ocultaba igual que ahora el SAT al ocultar los pecados de sus com-pinches

Rodolfo dijo...

Muchas gracias por sus comentarios!!!

Saludos!!

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