Citas memorables de la historia de México

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sábado, 26 de septiembre de 2009

No los reconocen

Mientras en el Senado era ratificado Arturo Chávez Chávez como procurador General de la República, en Cámara de Diputados comparecía Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública Federal. 

En el primer caso, algunas de las madres de las muertas de Juárez, se inconformaban con la designación del Ejecutivo Federal y su ratificación en Cámara Alta; en el segundo, se trató de una comparecencia en el marco de la glosa del Informe Presidencial, en la que resalta su propuesta de eliminar las más de 2,000 policías municipales en el país para integrarlas a las policías estatales, en un esfuerzo por combatir la inseguridad. 

Sin embargo, el común denominador en ambos casos es que la oposición en Cámara Alta y Baja, respectivamente, no reconoce la capacidad de ambos funcionarios.

En el caso de Chávez Chávez es señalado por organismos de derechos humanos y de la sociedad civil, -nacionales e internacionales-, como no de fiar en materia de garantías individuales, mientras en una comparecencia desangelada de García Luna, los diputados lo señalaron de incompetencia y corrupción para el funcionario y su dependencia. 

Sin embargo, existe un lugar en la República donde son reconocidos una serie de personajes y que, -sin temor a equivocarme-, es único en el país, en el que conviven desde independentistas y realistas, imperialistas y republicanos, liberales y conservadores, y hasta masones y clérigos. Todos ellos defendieron su noble y gloriosa causa y ahora, hasta parece que vuelven a reunirse para contarse sus mejores anécdotas de tiempos de gloria, volviendo a despertar pasiones y reproches entre ellos mismos. 

Me refiero al Museo Panteón de San Fernando, primer cementerio de hombres ilustres de México, en cuyo exterior, un lábaro patrio señala el santo sanctorum de todos aquellos que entre 1832 y 1871 ofrendaron su vida en aras de la ahora República, y que puede catalogarse entre los cementerios más famosos a nivel internacional, de manera similar a los de Arlington, en Washington; la Abadía de Westminster, en Londres, o Montparnasse -donde se hallan los restos de Porfirio Díaz- y Pére Lachaise ambos en París. 

Como era un cementerio pequeño, limpio y ordenado, fue escogido por las familias de clase alta como el sitio adecuado para su sepultura.

Debido a esto, los precios de los servicios fúnebres en San Fernando fueron subiendo, y en pocos años, sólo la gente más rica y poderosa de la sociedad podía pagar su inhumación en este lugar. Es por esto que en San Fernando observamos aún las tumbas de políticos, militares, gobernantes y personalidades de la sociedad del siglo XIX. 

Durante muchos años, era común que los muertos fueran sepultados dentro de las iglesias, detrás de los muros o debajo del suelo, apenas cubiertos con tablas de madera y casi al nivel de la superficie, lo que producía muy malos olores y espectáculos muy desagradables para los visitantes de templo.

A eso se debe que gran cantidad de templos en el país sus entradas se hallen con piso de madera. Sin embargo, una costumbre tan arraigada como esa era muy difícil de suprimir entre la sociedad. 

Ahí, en el Mausoleo donde se encuentra el presidente Benito Juárez y su amada Margarita, puede contemplarse a la madre patria cómo llora la pérdida de ese hijo pródigo, e imaginarse los reproches que le hace el general Miguel Miramón, por haber ordenado su fusilamiento en el cerro de las Campanas; o con un poco de suerte, figurar las discusiones entre Francisco Zarco, vestido con una corbata roja como todo buen liberal, junto con Tomás Mejía, a la usanza de cualquier conservador con corbata verde. 

Con suerte, Carlos María de Bustamante -como historiador- podría hacernos imaginar junto con Francisco González Bocanegra, el espíritu escondido de la letra del Himno Nacional, y explicarnos cómo es que se determinó, en 1943, eliminar la estrofa que hablaba de Iturbide, cuyos restos desde 1838, fueron trasladados con gran pompa al lugar donde fue coronado en la catedral de México, donde reposan en una urna cubierta por la bandera que él creó: la de las Tres Garantías. 

Cada 5 de diciembre, el pueblo celebraba con sarcasmo “la fiesta de la pata”, al referirse a la pierna izquierda amputada en combate a Antonio López de Santa Anna, extremidad que mereció ser sepultada con funerales de Estado, pero que se encuentra en otro lugar. 

Los restos de muchos de ellos han sido trasladados a otros lugares, como los del Gral. Vicente Guerrero, quien fue presidente y organizador del partido yorkino, que agrupaba a los masones que no eran escoceses, y que ahora reposan en la Columna de la Independencia; así como los del Gral. Ignacio Zaragoza, trasladados a Puebla, pero sus sepulcros, quedan en este lugar verdaderamente sorprendente, y que se yergue como el panteón de la República. 

Además, usted puede encontrar los sepulcros de presidentes de la República, ministros de Estado, gobernadores, militares y artistas de la época, como Constantino Escalante (el mejor caricaturista político del Siglo XIX), Henriette Sontag (Soprano alemana, primera mujer en cantar nuestro Himno Nacional en 1854), Antonio Castro Montes de Oca (el actor cómico más afamado del Siglo XIX en México), entre otros. 

Como fantástico, pero a la vez inverosímil, fue que Maximilano de Austria haya sido el que en 1865, develara la primera estatua en el país del Siervo de la Nación, José María Morelos y Pavón, condenado por la santa inquisición por haber violado el celibato al tener 3 hijos ilegítimos, uno de ellos: Juan Nepomuceno Almonte, militar de carrera y quien, paradójicamente, formó parte de la Junta de Notables que ofreció la corona mexicana a Maximiliano en Europa y encargado de recibirlo en Veracruz.
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