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viernes, 6 de mayo de 2011

Qué razón tenía el viejo

La semana pasada el Senado aprobó la reelección de diputados y senadores al Congreso de la Unión y que tendrá aplicación hasta las elecciones federales de 2015.

En el marco de la llamada Reforma Política que incluyó la controvertida modificación Constitucional para que el Ejecutivo Federal pueda vetar el Presupuesto de Egresos, el senador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) Pablo Gómez Álvarez, dijo que no se trata de una reforma, sino de una miscelánea.

Hasta ahora, el artículo 59 de la Constitución de 1917, vigente desde 1933, impide la reelección de los senadores y diputados al Congreso de la Unión para el periodo inmediato al de la legislatura de que formaron parte. Aunque admite la posibilidad de que los senadores y diputados suplentes puedan ser electos con el carácter de propietarios para el periodo inmediato –"siempre que no hubieren estado en ejercicio"–, descarta que los senadores y diputados propietarios sean electos para el periodo inmediato en calidad de suplentes.

Una revisión a la historia constitucional de nuestro país, señala que La institución de la no-reelección legislativa no estaba dentro de la agenda del México independiente. No lo estuvo tampoco en las constituciones centralistas de 1836 y 1843, no la registran las constituciones de 1857 ni fue demanda del constituyente de 1917. Fue hasta 1933 y en función a una demanda del recién creado Partido Nacional Revolucionario (PNR) cuando se incluye la prohibición expresa de reelegirse a diputados y senadores.

Francisco I. Madero convirtió el antirreeleccionismo en una de las banderas de su credo político y de su programa electoral para la crítica tesitura de las elecciones presidenciales de 1910; el también llamado “Apóstol de la Democracia”, fundaba esa propuesta de un cambio generalizado en los equipos de gobierno, en la urgencia de solucionar "el inmenso malestar que reina en toda la República", que sólo se remediaría con una renovación radical: "esa idea – sostenía Madero– está en la conciencia nacional".

Desde luego, Porfirio Díaz era proclive de la reelección presidencial. El presidente Díaz estaba ávido de que el mundo hablara de él, y así, decidió organizar una recepción oficial en el Castillo de Chapultepec, en honor del diplomático norteamericano enviado para las negociaciones de un nuevo tratado comercial entre México y los Estados Unidos.

El festejado diplomático norteamericano exhibía a don Porfirio, y quienes lo rodeaban, un reloj de oro cubierto de diamantes, con una aduladora dedicatoria a su gloria y adornado con el monograma de Eduardo VII rey de Inglaterra y emperador de las Indias, obsequiado por el mismo monarca, al término de las negociaciones comerciales entre su país y la corona inglesa; a lo cual, el presidente Díaz pensaba en la manera cómo iba a superar el regalo del rey de Inglaterra.

Luego el festejado aborda a Díaz: “…Disculpe, don Porfirio, siento molestarle, pero acaban de robarme en este mismo lugar, en la sala de baile, el reloj que me regaló el rey de Inglaterra.” A lo que el presidente después de infinidad de disculpas, le prometió que en 48 horas le sería devuelto su reloj.

Al término del festejo, don Porfirio se dejó llevar por una cólera negra, una de estas cóleras de las que sólo él era capaz, la cólera de un dictador cuya impostura está a punto de ser descubierta. “El viejo vuelve a tener su crisis” murmuraban los sirvientes del castillo asustados.

Buscaron el reloj entre la servidumbre de Chapultepec; en la cárcel y sus redes criminales, sin resultado alguno. Las posibilidades se reducían.

Por último, mandó llamar a uno de los generales que no acudió a la cita, y de manera seca “El viejo” le dijo: “Divisionario, dame el reloj del diplomático americano”. Sin pestañear ni mostrar la más mínima contrariedad, el general pasó su mano bajo la túnica, buscó un poco en los bolsillos interiores y sacó el reloj.

Dio dos pasos hacia el dictador, diciéndole: “A sus apreciables órdenes, don Porfirio, a sus órdenes muy queridas.” Y continuó diciendo: “Porfirio, temía que lo cogieras, así que pensé que era mejor que fuera yo, ya que tú puedes comprarte uno más fácilmente que yo”.

Qué razón tenía “El viejo”. Ganó la reelección.
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