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miércoles, 24 de noviembre de 2010

La ciudadanía se defiende







Al cuarto año de gobierno del presidente Felipe Calderón, se han contabilizado alrededor de 32,000 muertes en la terrible y mal llamada guerra en contra del narcotráfico. Faltarían de contabilizar los afectados, directos o indirectos, que se calcula en 3 por cada fallecido, lo que daría un total de 96,000 afectados.

Por ejemplo, los deudos de la balacera entre militares y narcos, en el que murieron estudiantes del Tecnológico de Monterrey; los padres de los menores Martin y Bryan Almanza Salazar fallecidos en un enfrentamiento entre soldados y narcotraficantes en Tamaulipas; y el asesinato de 12 adolescentes y 2 adultos que acudían a un festejo estudiantil en Ciudad Juárez, Chih. en el que cuando el Primer Mandatario junto con el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, acudieron a ofrecer sus condolencias, la madre de uno de los jóvenes les recriminó en público su compromiso para solucionar el caso.

Se dice que es mal llamada guerra, dado a la información inexacta en el que se suman el uso inapropiado del lenguaje, la semántica, su interpretación literal, así como el mensaje para difundir la idea de un estado de guerra, que parece que el Estado mexicano no puede con ella.
En pocos casos, la ciudadanía ha optado por auto defenderse, ante la incapacidad del monopolio que ejerce el Estado en materia de seguridad, como el caso de Don Alejo Garza Taméz, un hombre de 77 años que el pasado fin de semana, se negó a entregar su propiedad, matando a 4 sicarios e hiriendo a otros 2 más.

A las horas, los marinos que exploraron el rancho reconstruyeron los hechos y llegaron a la conclusión que un sólo hombre se atrincheró en su propiedad con las armas de su deporte favorito, en el que murió defendiendo la obra de su vida, -su casa y su compañía maderera-, peleando como uno de los mejores soldados de la República: con dignidad, honor y valentía, demostrándole al Estado lo que no ha podido hacer.

Cuando el pueblo se enoja, cualquier forma de ayudar es buena, o bien, toma las armas contra la impotencia. Un ejemplo para la posteridad: Recién comenzada la guerra de independencia en 1810, un joven se unió a las filas insurgentes: Antonio Portillo, quien se desempeñó como uno de los ayudantes de Miguel Hidalgo, combatiendo y peleando por la causa insurgente, hasta el fusilamiento de Hidalgo, regresando a Guanajuato, su tierra natal.

Con los años, en julio de 1863, el presidente Benito Juárez conoció al señor Portillo, -ahora un viejo de más de 80 años- quien era el vigilante de la casa del Padre de la Patria, en Dolores Hidalgo.

Portillo le pidió un fusil y combatir -como lo hizo al lado de Hidalgo-, ahora en contra de los franceses, quienes habían invadido la República, encontrándose en Puebla, sitiada y vencida en ese año.

Juárez, al ver el noble gesto del anciano, se dirigió a él diciéndole: “…Don Antonio, muchas gracias por sus servicios prestados a la patria, pero ahora, nos toca a nosotros defender el legado que usted junto con el Padre Hidalgo nos dejó…”. Posteriormente, le ratificó su nombramiento de vigilante de la casa de Hidalgo y lo hizo capitán del Ejército Republicano.

En el sitio de Cuautla, el ejército insurgente de Morelos quien estaba necesitado de obligar a los realistas a gastar parque, pedía voluntarios para que se acercaran a las trincheras enemigas y provocaran los disparos de los españoles.

Entre los voluntarios a tan peligrosa misión, estaba una mujer: María Reyes. Una insurgente que se acercaba a las filas de los gachupines, se levantaba las enaguas mostrándoles las nalgas a los realistas y provocando sus disparos. Seguramente esta mujer salió ilesa, ya que con el tiempo, fue juzgada por la Inquisición y encarcelada durante cinco años por tan osados actos.

Uno más reciente. Para las fiestas del centenario independiente, -en 1910-, Porfirio Díaz no pudo tañer la campana de Dolores colocada desde 1896 en Palacio Nacional, ya que partidarios de Francisco I. Madero, -quien había perdido las elecciones de junio de ese año-, le habían colocado trapos al badajo de la campana.
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