Citas memorables de la historia de México

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viernes, 8 de enero de 2010

Conspiraciones deseosas


Con motivo de año nuevo, el presidente Felipe Calderón envió un mensaje a los mexicanos, en el que, primeramente recordó los festejos del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana. 

Posteriormente, hizo alusión a la lucha en contra de la inseguridad; y por último se refirió a la crisis del año pasado y afirmó que éste sería el año de la recuperación económica, defendiendo una serie de políticas que tomó el Gobierno Federal a su cargo, en relación al alza de impuestos y precios. 

Mientras tanto, en sesión de la Comisión Permanente del Congreso, hubo reproches por el alza del combustible y productos de la canasta básica, en la que muy probablemente pueda ser tomada como moneda de cambio de la reforma política propuesta por Felipe Calderón en diciembre pasado. 

Dicha reforma, a grandes rasgos, consiste en la reelección y reducción de legisladores federales, incluir el referendo, elecciones de segunda vuelta, iniciativa ciudadana, candidaturas independientes, entre otras, y de la cual, tuvo un impacto mediático no tan relevante por haberse presentado a finales del año. 

Pareciera que este año puede estar colmado de conspiraciones de buenos deseos. 

Como tal, eran conocidas las conspiraciones de chocolate y café, a las reuniones que a manera de tertulias, se organizaban en 1810 en la casa del Corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez. Su esposa, Josefa Ortiz, una dama regordeta, de quien se dice que no sabía escribir pero sí leer, era matrona de ojos vivaces, muy conservadora en algunas cosas, madre de 14 hijos, que no permitía que sus hijas fueran a bailes o al teatro y cuidaba de que ningún militar coqueteara con ellas. Todos guardaban las formas, luego de ser descubierta la conspiración en 1809. 

En esas tertulias se gozaba de las lecturas favoritas de Miguel Hidalgo: Las obras de teatro de Moliere y Racine; los escritos de Voltaire, Diderot y Rousseau. Algunas ocasiones recitaba los versos de El Corán, y ocasionalmente les compartía sus serias reflexiones sobre la existencia de los Reyes Magos. 

Con anterioridad, Hidalgo convencía a sus empleados, de la necesidad de que terminaran los abusos de los españoles. Decía Pedro Sotelo, que Hidalgo le comentó: “…guarda el secreto y oye: no conviene que, siendo mexicanos, dueños de un país tan hermoso y rico, continuemos por más tiempo bajo el gobierno de los gachupines, éstos nos extorsionan, nos tienen bajo un yugo que no es posible soportar su peso por más tiempo; nos tratan como si fuéramos sus esclavos, no somos dueños aún de hablar con libertad; no disfrutamos de los frutos de nuestro suelo, porque ellos son los dueños de todo; pagamos tributo por vivir en lo que es de nosotros, por último, estamos bajo la más tiránica opresión, ¿no te parece que esto es una injusticia?...”. Sotelo asintió con la cabeza e Hidalgo hizo lo mismo con el resto de sus artesanos. 

Pero la tarde del 13 de septiembre de 1810 la conspiración había sido descubierta. Josefa, encerrada en su alcoba, mandó una señal de peligro, previamente acordada, a Ignacio Pérez, alcaide de la cárcel, quien la transmitió a los conspiradores en Dolores, Guanajuato. 

En Dolores, Guanajuato, la noche del 15 de septiembre los insurgentes se enteraban de lo sucedido. Se reunieron en casa de Hidalgo, quien luego de un largo análisis y con una taza de chocolate de por medio, les dijo: “… Caballeros somos perdidos, aquí no hay más remedio que ir a coger gachupines …” Allende y los demás, asintieron. 

Quien conoció personalmente a Hidalgo, dice que era cargado de espaldas, de color moreno, ojos verdes vivos y la cabeza algo caída sobre el pecho. 

Para la madrugada del 16 de septiembre de 1810, se dirigieron a la cárcel de Dolores, para dar libertad a unos 80 presos, a quienes Miguel Hidalgo, -el cabrón del cura, como lo llamaba Ignacio Allende-, los armó con lanzas. Luego, el pequeño contingente se dirigió al atrio del templo. Hidalgo le ordenó a su sacristán, conocido como “El Cojo" o "El Zurdo" Galván, que repicara las campanas. Al congregarse la gente, Hidalgo hizo una proclama.

El pueblo gritó de alegría. Se burlaba de los españoles y su forma de hablar. Por la mañana del 16, eran más de 800 hombres. Así, con la revolución armada, y de la cual, casi de manera paralela inició también la revolución ideológica, comenzó la independencia. 

Después, se unieron a la causa independentista José Antonio Torres (El Amo), Pedro Rosas (El Arrierote), Andrés Pérez (El Atolero),  Rafael Mendoza (Brazo Fuerte), María Andrea Martínez (La Campanera), Vicente Gómez (El Castrador), Manuela Medina (La Capitana), Miguel Ramos Arizpe (El Comanche), Albino García (El Manco), Antonio y Quirino Balderas (Los Monigotes), José María Medrano (EL Muerto), las hermanas Felipa, Antonia, Feliciana, María Martina y María Gertrudis Castillo (Las Once Mil Vírgenes), los hermanos Matías, Encarnación y Francisco Ortíz (Los Pachones), José María Ramírez (El Pelón Chilaquiles), Isabel Moreno (La Pimpinela), Juan José Martínez (El Pípila), Juana Bautista Márquez (La Gabina), María Guadalupe (La Rompedora), Ignacia Rodríguez (La Güera), una mujer apodada La Barragana así como varios hombres y mujeres apodados El Bendito, Caballo Flaco, Tío Curro, Diente Mocho, La Fina, Las Coheteras, el Indio Dolores, el Ratón, entre otros.
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