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jueves, 12 de junio de 2014

El bullying, más alla del simple acoso

El acoso en las escuelas, o bullying en su acepción en inglés, es una práctica que ha existido desde siempre.

La gota que derramó el vaso fue la muerte del alumno de la escuela secundaria núm. 7 en Tamaulipas, Héctor Alejandro Pérez Ramírez, y que destapó la carencia de una política pública para erradicar este mal de las escuelas, públicas y privadas, abriendo un frente de crisis en el sistema educativo nacional.

Hay varias iniciativas que pretenden incorporar el acoso escolar al catálogo de derechos de los educandos, pero en realidad no se trata de un asunto de legislación. No es así, el problema radica en la falta de una política pública de la autoridad escolar, que sujete la conducta de los alumnos a estándares de disciplina. No se trata de corregir lo que los padres debemos hacer en casa, sino fijar límites a la conducta de los educandos en los escuelas.

El objeto de la Ley es regular los actos de los gobernados o de la autoridad, mientras que el de una política pública es encontrar soluciones a un problema o situación de gobierno determinada. Por eso es que situaciones como el acoso escolar, el transporte público o la violencia en los estadios, no se arreglan engrosando disposiciones jurídicas, sino encontrando soluciones prácticas a dichos problemas y que corresponden a la esfera administrativa de la autoridad que lo regula.

Por eso cuando se carece de políticas públicas, sobrevienen crisis en la autoridad de los gobiernos, debido a la falta de medidas para enfrentar problemas que con algunas líneas de acción se puede solucionar. Esto sólo muestra una debilidad en quien ejerce la autoridad.

De este tamaño es la confusión que causa en la autoridad, el concepto de políticas públicas: “Vea usted, ese es México, aún no sabe lo que quiere [...]”: Porfirio Díaz al ser entrevistado por el periodista James Creelman, afuera del Castillo de Chapultepec, mientras un número de personas gritaban ¡muera Díaz! unos guajolotes graznaban; luego, otros gritaban ¡viva Díaz! y los guajolotes volvieron a emitir sus graznidos.
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